Italia, en Brompton
Verano 2010. De La Spezia a Roma.
Verano 2010. De La Spezia a Roma.
Verano 2009. De Atenas a Elafonisos.
El verano pasado hice el Camino de Santiago en bicicleta. Después de once días y casi 1.000 kilómetros sobre una Brompton ahora sé lo que es la Bromptonmanía. No es la pasión por esta bicicleta plegable, probablemente la mejor del mercado. La Bromptonmanía es, literalmente, manía por la Brompton. Sí. Manía, tirria, fobia.
La culpa la tiene mi peluquero, Juanjo. Él es el responsable de que ahora viaje en una de estas, digamos, pintorescas bicicletas. “Te tienes que comprar una Brompton y vas a ver”, decía entre tijeretazo y tijeretazo. Él, que espera comprarse una algún día, es aficionado a la bici de montaña y suele escaparse los fines de semana. Yo voy en bicicleta desde hace años. Para cuando él me aconsejaba la Brompton, yo viajaba en una antigualla que había comprado en un mercadillo de Milán. La ‘Invincibile’, así se llama la joya, debe tener unos 30 años. Con un solo plato y tres piñones, recorrí con ella 300 kilómetros. Partí de Milán con destino a Venecia para luego coger el transalpino y plantarme en Zurich, donde vive un amigo. Después de tantos días con la reliquia, acabé por cogerle cariño y me la traje de vuelta a España. La verdad es que es un cacharro de 20 kilos de peso, por los menos, pero la quería. A día de hoy está en el patio de casa cubierta con un plástico y a la espera de que la lleve al médico. Sí, está enferma. Son muchos años ya. En fin, que Juanjo me aconsejó la Brompton y yo me la compré. Entre una cosa y otra acabé pagando 1.200 euracos o 200.000 de las antiguas pesetas.
“Oye, ¿y por qué no haces el camino con la Brompton?”
Josué es el segundo responsable de mi fobia. Él trabaja en la tienda dónde me la compré y lleva también una. Unos meses después, cuando decidí hacer el Camino de Santiago volví a la tienda para comprarme una bicicleta híbrida, de éstas que valen para carretera y montaña. “Oye, ¿y por qué no haces el camino con la Brompton?”. Pensé que se había vuelto loco. Pero, luego dije para mí: “¿Por qué no? Pa’ loco yo”. Y así es como me embarqué en una aventura de final incierto con una bici plegable. Casi 1.000 kilómetros, desde Roncesvalles, al norte de Navarra, hasta Santiago de Compostela, con subidas, bajadas, sol, viento y lluvia.
En el Camino de Santiago te puedes cruzar con muchos bichos raros y frikis de todos los colores. Pero creo que ese verano yo me llevé la palma (bueno, yo y una pareja de holandeses que viajaban en patinete. ¡Vaya tela!). En una ciudad como Barcelona son comunes las bicicletas plegables pero por los pueblos de la España profunda mi Brompton cantaba más que una almeja. Los lugareños no lo decían pero yo lo intuía. Su sonrisa socarrona parecía decir: “¿Dónde irá el friki con esta bici?”.
Mientras mis compañeros de viaje engrasaban la cadena, reparaban pinchazos, ajustaban frenos, cambios y demás, yo no hacía nada de nada. Le metí una caña impresionante (sólo viajaba por asfalto, eso sí) y no fue necesario ni hincharle las ruedas. A cambio, tenía que explicar una y otra vez a caminantes y lugareños las características de mi bicicleta, la razón por la que había decidido viajar con ella y un largo etcétera. Acabé por decir que era una apuesta. En fin...
Mido un metro ochenta y la sensación que da verme sobre una bici con unas ruedas de palmo y medio de diámetro roza lo ridículo. Pero la verdad es que adoro mi Brompton. Voy y vengo, entro y salgo, y a todas partes la llevo a ella: a cafeterías, restaurantes, consultas del médico, hasta a discotecas.
Últimamente, voy al trabajo en bici. Atravieso la montaña del Tibidabo todos los días. Normalmente, también vuelvo en ella, con lo cual me casco 30 kilómetros al día, y llego reventado... pero ella, como el primer día. A día de hoy, sólo le he engrasado la cadena un par de veces e hinchado las ruedas quizás catorce o quince. Y sí, le tengo cierta tirria porque estéticamente es rematadamente fea (o eso me lo parece a mí), pero también le tengo cierto cariño porque la veo más que a mi novia y porque el roce hace el cariño (y no hablo de almorranas).
Verano 2008. De Lisboa a Porto, en Brompton.
Verano de 2007. Mansilla de las Mulas (León).